El nombramiento de Carlos V como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico

La elección se produjo el 28 de junio de 1519 tras fallecer meses atrás su abuelo, el emperador Maximiliano I

La muerte de Maximiliano I en enero de 1519 hacía necesaria la elección de un nuevo emperador. La elección recayó en su nieto Carlos, pero no fue nada fácil…

Maximiliano I tenía claro que su nieto Carlos sería quien le sustituyera a la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico. Los últimos años de vida los dedicó a asegurar su elección. Pues con ella también se aseguraba el dominio del imperio para la casa de los Habsburgo, como así había ocurrido casi en un siglo.

Pero con su muerte, no fueron pocos los príncipes electores alemanes que dudaron de la idoneidad del candidato propuesto. Carlos había nacido en 1500, por lo que entonces contaba con tan sólo 19 años a pesar de que era el señor de una gran cantidad de territorios (en Países Bajos, en España, en Italia…). Su elección supondría, en cambio, otorgarle un poder en manos de una misma persona desconocido desde hacía siglos.

Joven, pero no inexperto, ni mucho menos desconfiado de sus posibilidades. De hecho, se consideraba el heredero natural a la corona del imperio por ser el nieto mayor de Maximiliano, además del elegido para sucederle. Es más, Carlos se consideraba el único capaz de asegurar la defensa de los intereses de los Habsburgo.

Lo que vino tras la muerte de Maximiliano fue una carrera de intereses, de propaganda, e incluso de dinero para ganarse el favor de los príncipes electores, dado que el otro candidato era Francisco I de Francia. Meses de negociaciones, de auténtico juego de tronos en el que unos banqueros, la casa de los Fugger, acabaron por determinar la elección de Carlos como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V. Así lo votaron los siete electores con derecho a voto el 28 de junio de 1519.

Carlos tuvo conocimiento de la noticia casi una semana después, en la madrugada del 6 de julio, estando en Barcelona. Comenzaba una etapa crucial para la historia de Europa caracterizada por alianzas que se sellaban y rompían con la misma facilidad que se firmaban, con el turco amenazando las puertas del continente, y un monje alemán —Lutero— provocando un incendio que quemaría hasta al mismísimo emperador.

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